“Voces del Faro”, es un emprendimiento literario colectivo que tiene como principal objetivo divulgar en forma gratuita las obras de Escritores Santiagueños, en la provincia y la Región.
La misma, nació en el mes de abril de 2022, con una tirada de 200 ejemplares y fue creciendo hasta llegar a los 500. Las publicaciones son mensuales y se distribuyen de en escuelas y colegios secundarios, donde los alumnos conocen, estudian y trabajan de manera didáctica con textos de distintos géneros de autores reconocidos.
En esta oportunidad presentamos a: Marcela Elías, ella es Licenciada en Literatura Infantil y Juvenil. Es una apasionada promotora cultural, coordina talleres literarios para niños y adolescentes. Publicó» Latidos en la ciudad» y «Cuentos de Amor y de Lluvia». Faja de Honor por su “Cuentos de Amor y de Lluvia”, otorgada por SADE – Seccional Santiago del Estero.
EL SECRETO DE DOMINGA
Desde pequeño lo atrapó el río. Apenas a los tres años ya disfrutaba de mojar los piecitos en el Río Dulce y sentir las caricias marrones de las pequeñas olas que el viento formaba a su paso.
Doña Dominga, su madre, nunca lo notó. Tampoco se preocupaba por él cuando no lo hallaba en el rancho, sabía que su hijo era amigo del río. El niño conversaba con las mojarritas y las “viejas” que nadaban de punta a punta… Por las noches, a la luz de la luna, le contaba a Dominga y a sus hermanos mayores esas historias.
Todos quedaban sorprendidos por los cuentos que traía del río. Los hermanos, más rudos, bromeaban entre ellos y decían: “míralo a Mayulito, no ha pescao niaca pero trae cuentos del río”;” se ha pasao el día mirando el agua y nosotros laburando como perros”. Ahí era cuando intervenía Dominga en defensa de su hijo menor… “vayan a descansá ustedes, él es más chico ya va tené tiempo pa laburá”. Con esto, acababan los cuentos de Mayulito y cada uno a su catre.
Pasaron las estaciones del año y el niño creció, pero no pasó la obsesión de Mayulito por el río. El Dulce era, sin dudas, su mejor amigo, su confidente, su compañero. Los vecinos, que tienen ojos para todo, comenzaron con sus habladurías. En el almacén del Turco se escuchaban los más insólitos comentarios: algunos decían que lo habían visto hablándole al agua, otros aseguraban que el chico montaba olas como el más bravío jinete, no faltó el que afirmara que los peces le hacían caso, pero que él nunca había pescado ni comido uno… en fin, a todos les llamaba la atención la conducta de Mayulito.
Los changos más grandes jamás le contaron a su madre las burlas que debían soportar por el embobao con el río del hermano menor que tenían; ya no querían ni escuchar las historias de Mayulito, ni defenderlo, ni nada.
Poco faltó para que los comentarios del almacén del Turco lleguen a los oídos de doña Dominga, justo cuando hizo sumar la libreta entre cuenta y cuenta el Turco le largó todo…
Ella, quizás por la bronca de sentirse estafada por los “intereses” del comerciante y la decepción del escaso dinero que ganaban los changos, no contestó ni una palabra. Mudita quedó la Dominga. Pagó hasta el último centavo y se fue a su rancho.
En el camino le repiqueteaban las palabras del Turco: “capaz que tenga algo en la cabeza”, “lo tendría que hacer ver, doñita”, “lleveló pa la ciudá”.
Pasó el día y el Mayulito como siempre en el río. Dominga decidió esperarlo, cayó la noche y con la luna alta ya apareció su hijo querido.
Al verla, el joven suspiró profundamente y la miró con ojos de dorado.
-Decimé la verdá hijo, ¿qué haces tanto tiempo solo en el río?
-¿Solo?¡No!… madre querida estoy enamorao.
Doña Dominga sintió un alivio tremendo en el corazón. Ahí está.
Para callarles la boca a todos los desocupados que hablan macanas de Mayulito.
-¿Y cuál de las chinas es? ¿La conozco mijo?
-No, má… io la conozco desde chico. Ella es blanca, muy blanca.
La más hermosa de todo el pueblo ¡le juro! Tiene los labios rojos y el cabello rubio como ondas cae sobre sus pechos de nácar.
-¡¡Hijito!! ¡¡Que te había pegao fuerte esa moza!!
Tas echo un poeta!
-Tanto, madre, que solo quiero estar con ella. Nada me importa, ni me doy cuenta de que pasa el tiempo cuando estamos juntos.
La madre, entre suspiros de alivio y desconcierto, lo mandó a dormir.
Recostada en su catre, los recuerdos no la dejaban en paz… pensó en el gringo ese que vino con la tropilla de obreros a terminar el puente… en las cosas raras que había despertado en ella… se acordó de la sonrisa que brotaba incontrolable de su rostro curtido por el sol… y entre lágrimas desempolvó el mejor momento de su vida: Cuando el gringo, a la orilla del río, le subió la pollera, le dijo tantas cosas lindas y la hundió en un mar de placer. Le parecía revivir cómo se ahogaba y volvía a respirar con cada beso y caricia que el hombre le hacía a su cuerpo… Ahí estaba la explicación de tanto gusto por el río de Mayulito. Ella sabía que lo había concedido sobre la arena húmeda del Dulce, con la luna de testigo. Ella sabía que había conocido ahí un sorbito de amor y placer.
Se durmió ocultando su magnífico secreto. Nadie, ni los vecinos se avivaron que Mayulito no era fruto del difunto. Ella no se los iba a andar aclarando.
Cuando el sol despertó, después de unos amargos, cada cual a su trabajo. Menos Mayulito que silbando feliz se iba para el Dulce.
Ya que la madre no hacía nada, los vecinos habían decidido “ayudar” al chico y lo esperaban en el camino… Lo agarraron violentamente y entre golpe y golpe le gritaban una y otra vez: “al río no”, “vos no vas más al río”, “ahí no hay nada”. Al joven, más que los golpes le dolían las prohibiciones que escuchaba… La gente envalentonada se creía parte de un exorcismo y más gritaban y más le pegaban.
Mayulito logró soltarse y salió corriendo al río. Desde la barranca, ensangrentado, los miró con lástima y con una sonrisa de pura felicidad se lanzó a los brazos del Río Dulce.
Doña Dominga vistió de luto, todo negro… pero ni una lágrima derramó. Ella sabía que Mayulito estaba donde tenía que estar… y este secreto tampoco lo iba a contar.
Algunos pescadores dicen que lo ven a Mayulito cabalgando por las olas del río y le piden permiso para lograr una buena pesca. Otros aseguran que lo vieron con la Mayu Mama, a los besos en los remolinos de agua.
Y cada vez que la creciente se asoma, todo el pueblo va a casa de Doña Dominga a prender velas, dejar ofrendas y rezarle a Mayulito para que el río no entre a sus casas.